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16/10/2025
Categorías
  • Estoicos
Etiquetas
  • Estoicismo
  • Marco Aurelio
 

¿Es el estoicismo una filosofía viable hoy en día?

Osvaldo Roldán López∙ 10 minutos de lectura

Introducción

En los últimos años, el estoicismo ha experimentado un resurgimiento inesperado en redes sociales, podcasts y libros de autoayuda. Figuras como Marco Aurelio o Séneca son citadas constantemente en TikTok e Instagram, pero rara vez se entiende el trasfondo filosófico de sus palabras. ¿Es estoicismo repetir una frase motivacional o es algo más profundo? El propósito de este ensayo es defender que el estoicismo sí es viable hoy en día, pero únicamente cuando se aborda desde su profundidad filosófica original. Despojado de su contexto o banalizado, puede tornarse incluso perjudicial. A lo largo del texto, se presentará una reconstrucción de sus fuentes clásicas, se analizarán sus nociones éticas y se argumentará a favor de su relevancia actual frente a los desafíos emocionales, existenciales y laborales del presente. Asimismo, se responderán dos críticas frecuentes: su descontextualización en medios digitales y la percepción de que promueve la insensibilidad emocional.

 

Pasajes fundacionales del estoicismo

El estoicismo nació en Atenas, hacia el año 300 a.C., de la mano de Zenón de Citio, quien comenzó a enseñar en el pórtico pintado (stoa poikilê), de donde se deriva el nombre de esta escuela. Su filosofía proponía una vida guiada por la razón y la virtud, donde la clave del bienestar residía en vivir de acuerdo con la naturaleza  , no como insensibilidad, sino como libertad frente a las pasiones desordenadas.[1] Uno de los herederos más influyentes de esta tradición fue Epicteto, esclavo liberado y maestro de filosofía moral. En su      Enquiridión, Epicteto distingue con claridad entre lo que está en nuestro poder y lo que no lo está: “De las cosas, unas dependen de nosotros, y otras no. [...] Si supones que sólo lo que depende de ti puede afectarte, nunca sufrirás violencia ni reproche”.[2] Esta sencilla distinción —entre lo que controlamos y lo que no— es hoy más actual que nunca. Séneca, por su parte, en De la brevedad de la vida y sus Cartas a Lucilio, reflexiona sobre la administración del tiempo, la ira y el sufrimiento. “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”, afirma.[3] Finalmente, Marco Aurelio, emperador romano y último gran exponente del estoicismo antiguo, nos legó en sus Meditaciones una suerte de diario íntimo. En el libro II expresa: “Al amanecer, ten presente que vas a encontrarte con personas entrometidas, ingratas, arrogantes, fraudulentas, envidiosas y antisociales”.[4]

 

Ética, naturaleza y control: claves estoicas

Mientras más me adentraba en los textos estoicos, más evidente se volvía que esta filosofía no buscaba desconectarse del mundo, sino comprenderlo desde la razón. La ética estoica parte de una afirmación sencilla pero exigente: la virtud es el único bien, y todo lo demás (la salud, la fama, el poder e incluso la vida) son indiferentes. Lo central es vivir conforme a la naturaleza, no como excusa para seguir nuestros instintos, sino como llamado a vivir de acuerdo con la razón, que para ellos es lo más natural del ser humano.[5] Esa idea de vivir conforme a la naturaleza (kata phýsin) me costó al principio. ¿Cómo se traduce eso en un entorno urbano, hiperconectado, lleno de ruido, ansiedad y velocidad? En mi día a día como servidor público, enfrentándome a conflictos, injusticias o decisiones difíciles, vivir conforme a la naturaleza es elegir actuar con templanza, aún cuando la presión empuje al enojo o al cinismo. Otro concepto malinterpretado es la “apatheia”. Muchos creen que significa no sentir, pero los estoicos no eran máquinas insensibles. “Apatheia” es no dejarse arrastrar por pasiones desordenadas. Cuando Séneca habla del dolor o la muerte, no lo hace desde el desprecio, sino desde la conciencia de que son parte del orden natural y no deben destruirnos.[6]

 

El estoicismo frente a los desafíos actuales

¿Puede servirnos el estoicismo hoy? En mi caso, la respuesta es sí, con matices. Esta filosofía me ha ofrecido herramientas reales, no solo ideas bonitas. En momentos de ansiedad, frustración o saturación emocional, pensar como Epicteto “distinguiendo entre lo que depende de mí y lo que no” me ha devuelto claridad.[7] No todo está bajo mi control, pero mi respuesta sí lo está. Pertenecer a una generación atravesada por mandatos contradictorios puede generar un vacío difícil de llenar. El estoicismo no lo resuelve todo, pero pone orden: ¿qué quiero realmente?, ¿qué valor tiene lo que estoy persiguiendo?, ¿lo hago por virtud o por apariencia? En mi trabajo en el sector público, donde se lidia con burocracia, injusticias o incluso tragedias, el estoicismo me ayuda a conservar una brújula ética. Marco Aurelio escribía para sí mismo, como recordatorio constante de que debía actuar con justicia, incluso si los demás no lo hacían.[8] Epicteto, siendo esclavo, entendía que aunque su cuerpo podía estar sometido, su mente era libre. Esa idea tiene una potencia enorme: no somos lo que nos pasa, sino lo que decidimos hacer con lo que nos pasa.

 

Dos objeciones necesarias al estoicismo moderno

No se puede hablar honestamente del estoicismo en el presente sin reconocer los malentendidos y usos desvirtuados que ha sufrido. La primera crítica relevante es su reducción en redes sociales a una serie de frases motivacionales sin contexto. Este “estoicismo pop” trivializa los conceptos filosóficos.[9] La segunda crítica apunta a algo más serio: la percepción de frialdad emocional. Desde fuera, el estoico puede parecer alguien que reprime lo que siente o que se vuelve indiferente ante el dolor de los demás. Esto puede ser riesgoso especialmente si se interpreta la apatheia como negación emocional. ² Yo mismo dudé mucho. Me preguntaba si estaba usando el estoicismo como una forma de endurecerme. Preguntas así no se resuelven rápido, pero me ayudaron a comprender que el estoicismo necesita ser vivido con honestidad, no como armadura, sino como brújula.[10]

 

Una defensa crítica y personal del estoicismo

Frente al primer contraargumento (el de su trivialización), considero que el verdadero problema no radica en que el estoicismo esté de moda, sino en que se consuma sin un verdadero esfuerzo por comprenderlo en su profundidad. En la era digital, es común encontrar extractos breves, frases pegajosas o “tips” que prometen soluciones inmediatas a problemas complejos. Sin embargo, lo que en un video puede parecer una fórmula sencilla, en realidad es el resultado de toda una vida de práctica, reflexión y disciplina, como lo muestran claramente los textos de Epicteto. No se trata de aplicar un truco, sino de vivir una filosofía que demanda vigilancia constante sobre nuestras emociones, juicios y acciones. La reducción a una moda pasajera despoja al estoicismo de su rigor y lo convierte en un producto funcional pero hueco, incapaz de ofrecer la transformación profunda que sus autores clásicos plantearon.

Respecto al segundo contraargumento (la supuesta frialdad emocional del estoico), mi experiencia y lectura me han llevado a una conclusión contraria a la percepción común. La filosofía estoica no niega el dolor ni pretende apagar el sufrimiento; más bien, lo mira de frente con valentía y claridad. Séneca, en sus Cartas Morales a Lucilio, aborda la muerte y la pérdida de seres queridos con una mezcla conmovedora de ternura y realismo, mostrando que el dolor es parte inseparable de la condición humana y que no debe ser negado ni suprimido sin más. En mi trabajo cotidiano en seguridad pública, he podido constatar que ser estoico no significa volverse insensible o indiferente ante las tragedias, sino más bien aprender a no dejarse desbordar por ellas. El estoicismo bien entendido no elimina la empatía, sino que la cultiva activamente, enseñándonos a soportar el dolor propio y ajeno con dignidad y fortaleza interior. Esta empatía activa es una virtud que implica acompañar, comprender y actuar con justicia, aun cuando las circunstancias sean adversas y complejas.

En definitiva, el estoicismo se revela como una filosofía profundamente humana, que no pretende convertirnos en máquinas de control emocional, sino en individuos conscientes y responsables, capaces de reconocer la vulnerabilidad sin sucumbir a ella. Es una invitación a crecer en madurez afectiva y ética, a través de un camino exigente pero liberador. Así, en un mundo que a menudo parece desbordado por la ansiedad y el desconcierto, el estoicismo ofrece un faro para quienes están dispuestos a enfrentarse a sí mismos y a la realidad con coraje, reflexión y compasión.

 

El estoicismo como brújula en el caos

Volviendo a la pregunta inicial “¿Es el estoicismo una filosofía viable hoy en día?”, mi respuesta sigue siendo afirmativa, pero profundamente matizada. A lo largo de este ensayo he explorado cómo, desde los pasajes fundacionales hasta sus aplicaciones prácticas en el mundo contemporáneo, el estoicismo no es un conjunto de máximas simples para el alivio inmediato, sino un ejercicio continuo de disciplina racional y compromiso ético. Vivir conforme a la naturaleza, cultivar la virtud, gobernar las emociones, distinguir lo que depende de uno mismo de lo que no, son procesos diarios que exigen esfuerzo y vigilancia constante. En un mundo acelerado, emocionalmente saturado y dominado por la imagen superficial, el estoicismo nos recuerda la profundidad, la pausa y el rigor. Su práctica no elimina el dolor ni la incertidumbre, pero ofrece un marco sólido para soportarlos con dignidad y transformar la adversidad en oportunidad de virtud.

El peligro mayor es confundirlo con un producto más de consumo rápido, trivializado en frases vacías o tendencias en redes sociales. Solo quien se adentra en sus textos, medita sus enseñanzas y las aplica con honestidad puede hacer del estoicismo no una pose, sino un arte de vivir que ilumine la oscuridad del presente con el fuego de la razón. Pero esta decisión no se impone, ni es cómoda. Exige una disposición al autoexamen constante, a dudar incluso de nuestras propias motivaciones, a resistir la tentación de usar la filosofía como coraza y no como guía. Como toda escuela de pensamiento exigente, el estoicismo se prueba en los momentos difíciles, no en la calma, sino en la tormenta, no cuando todo va bien, sino cuando uno debe elegir lo correcto a pesar de todo.

Su vigencia, entonces, no se debe a su popularidad pasajera, sino a la solidez de sus fundamentos. El ideal del sabio estoico (aún si es inalcanzable) ofrece un horizonte de sentido para quienes se enfrentan al absurdo de la vida moderna. En lugar de prometer éxito o felicidad inmediata, ofrece libertad interior, claridad ética y serenidad frente a lo inevitable. Y esa oferta, aunque sobria y austera, es profundamente humana. Cuando Epicteto afirma que “nadie puede dañar al hombre que ha decidido ser virtuoso”, no está negando el dolor, sino afirmando que hay una parte inviolable de nosotros, si sabemos cultivarla.

En este sentido, el estoicismo me ha enseñado que el verdadero poder no está en controlar el mundo, sino en gobernarse uno mismo. No es una filosofía para evadir los problemas, sino para enfrentarlos con la cabeza alta. No busca anestesiar, sino despertar. Por eso creo que hoy, más que nunca, necesitamos filosofías que no nos prometan escapar del caos, sino habitarlo con sentido. Y entre ellas, el estoicismo destaca no por ser fácil, sino por ser necesario.

Quizá, al final, la vigencia del estoicismo no se mida en su popularidad, sino en su capacidad de transformar vidas silenciosamente, sin estridencias. Como una semilla que crece despacio, pero con raíces profundas, su enseñanza perdura en quienes deciden vivir no para impresionar, sino para actuar con justicia, templanza, valentía y sabiduría. Y ese gesto “tan antiguo como actual” es ya una forma de resistencia ante la superficialidad de nuestra época.

Notas

[1] Laertius, Diogenes. Lives of Eminent Philosophers, trans. R. D. Hicks (Cambridge: Harvard University Press, 1925), VII.87.

[2]Epicteto. Enchiridion, trad. Robin Hard (London: Oxford University Press, 2014).

[3] Séneca. De la brevedad de la vida, en Cartas Morales a Lucilio, trad. Francisco Socas (Madrid: Alianza Editorial, 2018).

[4] Marco Aurelio. Meditaciones, trad. Carlos García Gual (Madrid: Alianza Editorial, 2013).

[5]  Laertius, Diogenes. Lives of Eminent Philosophers, trans. R. D. Hicks (Cambridge: Harvard University Press, 1925), VII.88–89.

[6] Séneca. Cartas Morales a Lucilio, trad. Francisco Socas (Madrid: Alianza Editorial, 2018), Carta 63.

[7] . Epicteto. Enchiridion, trad. Robin Hard (London: Oxford University Press, 2014)

[8] Marco Aurelio. Meditaciones, trad. Carlos García Gual (Madrid: Alianza Editorial, 2013), VI.30

[9] Braxton Irvine, William. A Guide to the Good Life: The Ancient Art of Stoic Joy (New York: Oxford University Press, 2009), 13–15.

[10] Nussbaum, Martha. The Therapy of Desire: Theory and Practice in Hellenistic Ethics (Princeton: Princeton University Press, 1994), 370–372.

Bibliografía

Aurelio, Marco. Meditaciones, trad. Carlos García Gual (Madrid: Alianza Editorial, 2013).
Braxton Irvine, William. A Guide to the Good Life: The Ancient Art of Stoic Joy (New York: Oxford University Press, 2009), 13–15.
Epicteto. Enchiridion, trad. Robin Hard (London: Oxford University Press, 2014).
Laertius, Diogenes. Lives of Eminent Philosophers, trans. R. D. Hicks (Cambridge: Harvard University Press, 1925), VII.87.
Laertius, Diogenes. Lives of Eminent Philosophers, trans. R. D. Hicks (Cambridge: Harvard University Press, 1925), VII.88–89.
Nussbaum, Martha. The Therapy of Desire: Theory and Practice in Hellenistic Ethics (Princeton: Princeton University Press, 1994), 370–372.
Séneca. De la brevedad de la vida, en Cartas Morales a Lucilio, trad. Francisco Socas (Madrid: Alianza Editorial, 2018).
Séneca, Cartas Morales a Lucilio, trad. Francisco Socas (Madrid: Alianza Editorial, 2018), Carta 63.

 

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