APERTURA A LA CONTRADICCIÓN
Contradiciendo a Aristóteles y a su principio de no contradicción
C.A. Postlethwaite
If the doors of perception were cleansed everything would appear to man as it is, infinite.
—William Blake
Introducción
Esta investigación tiene el propósito de ayudarme a ser más libre, más feliz. El objetivo quizá sea ambicioso, el método quizá sea equivocado, pero no pierdo nada en el intento. Así que vamos.
Tengo la impresión de que mi acceso a la realidad, mi razón y mi experiencia, siempre resulta en ideas equivocadas. Veamos un ejemplo. Si hago caso a la razón, el escritorio frente a mí no es más que una colección de átomos en constante intercambio con su alrededor. Creo que un microscopio potente revelaría que no hay un límite físico, una barrera como tal, entre el escritorio y su alrededor. Esto es, si me acerco lo suficiente, todo me parecería como una continuidad homogénea de partículas subatómicas. No habría manera de distinguir entre los objetos esparcidos por el espacio y el espacio mismo. Por otro lado, el acceso al escritorio por medio de mi percepción me asegura que el escritorio tiene una estructura física limitada, con principio y fin en el espacio. Desde mi experiencia perceptual, el escritorio no está en intercambio con nada. Mientras desde la luz de mi entendimiento, el escritorio se funde enteramente con su alrededor: no hay escritorio como tal. Quizá ‘la verdad’, como idea acertada, consiste en emparejar la teoría física con la experiencia del objeto observado bajo el microscopio potente.
Si dejamos el tema aquí, concluiría que mis sentidos me engañan y que el uso de la razón por medio de análisis adicionales revela la verdad. Pero la razón también me engaña. Nuestro entendimiento científico y racional sobre la estructura de los objetos, por hablar de una sola cosa, no ha dejado de cambiar. Si bien una primera aproximación al escritorio a través de mis sentidos puede estar equivocada, también lo puede estar una segunda aproximación a través del microscopio y hasta una tercera a través de la teoría atómica. Las explicaciones de la física cuántica, por ejemplo, sobre la cualidad dual onda-partícula de la materia revelan otra equivocación. O quizá la consideración sobre la incompatibilidad misma entre el mundo cambiante y la fijeza da los conceptos, sean lingüísticos o matemáticos, revelan acertadamente la equivocación a la que toda comprensión humana está destinada.
Puedo levantar mil velos de engaños y encontrar nuevas verdades que cambien mi postura sobre lo que considero ser la realidad, sólo para darme cuenta que esa perspectiva también velaba algo. Sin embargo, sigo accediendo a la realidad a través de mis sentidos y de mi razón, de mi escepticismo, y de todas mis herramientas, y esto me obliga a tratar como ‘real’ lo que resulta (acertado o no). A esto me refiero con ‘mi acceso a la realidad’. La realidad ‘en sí’ es una perspectiva que queda siempre pendiente, quizá necesariamente velada tras un modo limitado de acceder a las cosas.
Siempre que haya un velo por retirar, lo que percibo será sólo un acceso. Pero confieso que aspiro a retirar todos los velos. Quizá algún día me encuentre con la realidad en sí. O quizá me encontrarme con que la realidad es inabarcable por mí. Quizá encuentre que no hay ya realidad tal, que es una invención mía. O quizá encuentre otra cosa que por el momento no vislumbro.
Doy un paso atrás. Cuestiono mi herramental. Aquello que parece arrojar mi experiencia y mi raciocinio.
Entiendo que ciertos elementos contribuyen a convertir las cosas en lo que me parecen. La manera, el modo, en que percibo las cosas determina lo que percibo. Cuando estoy dormido no percibo el frío de la misma manera que cuando estoy despierto. El frío no me parece igualmente frío cuando estoy dormido. No porque haya un cambio en la temperatura, sino por la manera en que la estoy percibiendo. Hay una disposición anterior al acontecimiento que lo hace distinto a cuando la predisposición cambia, aun cuando el estímulo es el mismo.
Cuando estoy de buen humor percibo de otra manera que cuando no. Se puede decir lo mismo para predisposiciones más permanentes en mi carácter que pueden afectar mi percepción, mi interpretación de cualquier acontecimiento. En esta investigación quiero explorar una de estas predisposiciones. Una que sea muy importante y cuyo alcance sea profundo. Una disposición de la que no me puedo apartar y que quizá influye en poner el velo más difícil de apartar. Supongo que interpreto mi realidad partiendo de por lo menos un supuesto básico, una predisposición fuertísima que pueda poner al centro de esta investigación.
Sería un supuesto básico que tomo por verdad, con o sin pruebas de ello. Cualquier cosa que tome por verdad es candidato a este tipo de supuesto básico. Puede haber más de un supuesto básico o elemental del que parto al interpretar las cosas, pero para hacer más sencilla mi exploración, quiero afirmar que existe por lo menos uno de entre todos los posibles principios o supuestos.
Los posibles supuestos a los que me refiero, pueden ser sencillos y tendrían que estar tan arraigados en mí, que pudiera estar consciente de ellos o no. Pudieran ser tales como: “Yo existo”, “Lo que percibo es real”, “hay diferencias entra las cosas que percibo”, “mis sentidos me dicen algo sobre la realidad”, etcétera. Pueden ser estos principios o pueden ser otros. Pueden actuar en conjunto o de manera aislada. Lo único que supongo en este estudio es que, para mí, existe por lo menos un punto de partida sobre el cual construyo mi realidad. Tal punto de partida no tiene que ser permanente. El principio puede ser cambiante, aunque también puede ser un principio establecido en mí. Eso no es lo que importa para este trabajo.
El principio en el que he decidido profundizar, es el Principio de No Contradicción (PNC), afirmado hace siglos por uno de los mayores contribuyentes al pensamiento: Aristóteles.
No decidí partir de ese principio porque lo haya dicho él, sino porque me parece un principio que ha sido necesario para llegar a todas las cosas que yo he escuchado sobre la vida. Desde “te quiero mucho” hasta “¡ay, me duele!” e incluso “dos más dos son cuatro”. Según mucha gente, decir lo que sea sobre lo que sea, parte necesariamente de este primer supuesto. Aristóteles está de acuerdo con ellos, o viceversa.
Para Aristóteles, el principio de no contradicción: es el principio cierto por excelencia, del cual todo error es imposible[1].El principio de no contradicción, para Aristóteles es un punto de partida sobre el que fincamos todo lo que podemos sentir, pensar y decir. Dice Aristóteles sobre el principio de no contradicción:
El principio, en efecto, debe ser el principio más conocido de los principios. No es una suposición. Poseer este principio es necesario para poder comprender todas las cosas. ¿Y cuál es este principio? Es el siguiente: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etcétera.[2]
O sea, el principio de no contradicción dice que lo que es, es sólo lo que es y no puede ser otra cosa a la misma vez, o bajo la misma definición. No suena tan imponente, pero al pensar un poquito, entenderemos sus implicaciones.
El principio de no contradicción, dicho de la manera más sencilla que se me ocurre, dice que una cosa no puede ser y no ser algo a la misma vez. De alguna manera, el principio dice que el tiempo existe y que impide que todo sea todo en un mismo momento. Por ejemplo: La Muralla China no puede ser larga y no ser larga en un mismo período de tiempo, y bajo la misma consideración. Su largura cambia dependiendo de la fecha. Antes de que existiera no era larga, cuando se caiga dejará de ser larga, etc. Pero en un mismo período de tiempo no puede ser larga y no ser larga. Debe ser una o la otra, según el principio. El tiempo existe y las cosas cambian, digamos. Uno puede alegar que una papa es caliente y no es caliente dependiendo de la hora en que la toques o te la trates de comer. Esto no violenta al principio, por referirse a diferentes momentos. Pero no se puede decir, según el principio que esa papa es caliente y no es caliente en el mismo momento.
El principio también dice que no puede una cosa ser y no ser algo, bajo circunstancias o consideraciones iguales. Por ejemplo: Si alguien camina en la misma dirección que nosotros y dobla a la derecha, no dobla a la derecha para quien viaja en dirección contraria. Para él, dobla a la izquierda. Si uno considera al caminante desde atrás, dobla a la derecha. Si uno lo considera desde en frente, dobla a la izquierda. De esta persona se puede decir que dobla a la derecha o a la izquierda, pero no puede doblar al mismo lado desde la misma consideración. Otro ejemplo: un Ferrari puede ser rápido y no ser rápido en el mismo momento, pero bajo consideraciones distintas de lo que significa rápido. Es rápido para correr, más no para venderse. El atributo de cualquier sujeto, dice Aristóteles, no puede serlo y no serlo en el mismo tiempo, en la misma relación. Y se entiende la misma relación, por ejemplo si rápido quiere decir solamente rápido para correr.
El PNC se aprovecha de nuestra disposición práctica para reforzarse como algo innegable. No podríamos tomar en serio a una persona que dice tener sed y no tener sed en este momento, y que jura estar cansada y también no estar cansada, y que el perro ése es blanco y también no es blanco. Al parecer esa persona habla sin decir nada, por lo menos nada con sentido.
Me parece un buen momento para aludir a la frase de William Blake con la que decidí empezar el texto. Porque tal vez, una persona que hable contradiciéndose todo el tiempo a la vez de decir nada, estaría también diciendo todo. Y si así percibiera la vida, se me ocurre que se podría calificar como “infinita” su percepción. Y por lo tanto, ¡taraán!: sabiduría, para Blake. Gran parte del truco de este trabajo es pensar en lo que implica decir “todo el tiempo”. En mi experiencia personal, hay cosas que creo percibir como ello y su opuesto a la vez. No es toda mi percepción, todo el tiempo. Pero cuando analizo esas experiencias, intuyo cierta libertad interior, de tal modo que quisiera percibir todo así. Luego aludiré más a mi experiencia. Por lo pronto, digamos que no creo en este principio con la rigurosidad que supone Don Ari.
Las implicaciones de no creer en este principio son extensas. Contradecir a este principio traería consecuencias a la vida cotidiana. Por ejemplo: si pudiéramos decir que una acción humana cualquiera, es aceptable y no a la vez, traería todo tipo de situaciones morales, legales, metafísicas, y demás. Nuestras vidas cotidianas se verían directamente afectadas si no estuviéramos de acuerdo con este principio. Se alteraría nuestra manera de percibir las cosas, lo caliente tendría la posibilidad de no ser caliente. Ganar podría ser no ganar. La felicidad podría no serla, arriba podría ser abajo desde el mismo punto de vista, un crimen no lo sería, y muchas cosas más.
Con un poco de imaginación, podemos entender las consecuencias si este principio fuera falso. Una de ellas es que este mismo principio podría ser verdadero y no ser verdadero a la misma vez. Aristóteles dice que el Principio de No Contradicción es necesariamente verdadero. “Sin él no puede haber filosofía, ni ciencia”, dijo. Yo sostengo en este ensayito, que el principio de no contradicción puede ser falso, y que es falso por lo menos en algunas circunstancias. Incluso, que conviene que sea falso algunas veces. También sostengo que afirmar este principio como una verdad incuestionable y sin capacidad de error, limita nuestras posibilidades humanas de mutua relación y entendimiento. Razón por la que surge el principio, en primer lugar, para entender.
Este trabajo es un conjunto de poquitos. Sé muy poco de lo que hoy escribiré y por eso ofrezco una sincera disculpa junto con una petición a que el lector sea paciente. Puede ser que este ensayo sea un pequeño comienzo para llegar a una nueva disposición filosófica. O puede que yo malentienda el Principio de No Contradicción al juzgarlo como un principio que, por haberse convertido en una predisposición histórica, en un dogma inconsciente que sirve cada vez más de ancla para la humanidad. Puede ser que nada más meto la pata, que pierdo mi tiempo, que todo lo que digo son patrañas, pero esa parte le toca al lector, si algún día alguien lo llega a ser.
Lo poco de historia
Nuestra filosofía occidental hoy, es un esfuerzo mayormente racional, y tiene una forma literaria específica. Esto lo dicen algunos filósofos modernos. También dicen que antes, la filosofía no era así. Y que hoy, la filosofía pudiera ser diferente de lo que es. Veamos.
Érase una vez una filosofía. Esa filosofía nació. (Lo escribo así por respeto a otros esfuerzos humanos en la historia, que por su indagación sobre la naturaleza de las cosas; sobre su formación, constitución, función y también por su búsqueda de la razón de la vida, etc., constituyen filosofías en cuanto a la descripción más amplia y quizá más humana de filosofía. Lamentablemente, este estudio tiene en propósito de enfrentar lo que es la tradición filosófica más académica, digamos. Y esa, como ya decía, nació.)
Históricamente, Platón aporta la forma literaria que sustenta nuestra filosofía hoy.[3] La forma literaria es solamente una de muchas formas en las que podemos tener acceso a la sabiduría. Pero entre más transcurre el tiempo, la forma literaria toma más fuerza y las otras formas filosóficas se descartan. Cosa que según el filósofo Georgio Colli, no le hubiera gustado a Platón. Platón admitía como accesos a la sabiduría otras formas, como el mito, el diálogo, o el enigma que no se resuelve, incluso el cuento, así como la canción. La práctica filosófica, en tiempos de Platón, no se reducía a ejercicios de lógica. Platón promueve la práctica literaria como uno de varios modos para acceder (por amor) a la sabiduría.
La práctica literaria no es para él la práctica única, ni la dominante, ni mucho menos la más perfecta. Se dice que lo empieza a ser para Aristóteles y que lo es cada vez más para la línea de filósofos que le siguen hasta nuestras fechas. Tanto, que este mismo ensayo está escrito de esa forma. No estoy contando un cuento, ni escribiendo un poema, ni te estoy mirando largamente a los ojos en silencio ni cantando una canción. No estoy dialogando contigo. Estoy escribiendo encerrado conmigo mismo y con palabras que otros han inventado.
La aportación literaria de Platón se puede justificar en su momento con una frase que siglos después dijo Einstein: “el mundo que hasta hoy hemos creado como resultado de nuestra forma de pensar, tiene problemas que no pueden ser resueltos pensando de la forma que pensábamos cuando los creamos.” Para resolver nuestros problemas debemos pensar siempre diferente. Creo que es lo que nos sugiere el genio. Y es más fácil decirlo que hacerlo.
Antes no existía la práctica literaria. Llegó para ofrecer un nuevo método frente al mito, al cuento, y a la “superstición”. Fue una manera de hacer más “objetivo”, y más científico aquello que se decía sobre la verdad, sobre la vida. Y entre más nos enfocamos a describir la realidad, más nos inclinamos al conocimiento. El conocimiento no es más que la descripción adecuada de la realidad. Quizá antes se “sabía” sin tener necesariamente una descripción fiel, justificada de lo que se sabía más por intuición o creencia.
La manera griega que hace surgir nuevas formas para resolver los problemas humanos (que se dice ser la intención de la filosofía), pasa por varias etapas que Colli explica. Yo las pronuncio ahora, con mi propio vocabulario: 1) Mitológica enigmática, que es a la que Platón aspiraba al contar cosas de un pasado perfecto “mítico” e “inalcanzable” o “incomprensible” del todo, 2) Dialéctica, que era más puesta en práctica en tiempos de Sócrates y que fue de la que mamó Platón, ese vaivén de palabras e ideas entre dos a más participantes activos que se retroalimentan al instante, 3) Retórica Aristotélica, o sea, el discurso unilateral, el choro, el rollo que nadie debe interrumpir porque el otro está hablando y te callas porque estoy a punto de describirte el 4)… Literaria, que no sólo es el discurso unilateral, sino que adquiere permanencia al ser un rollo, y por escrito. Este último es el más fuerte, hasta la fecha. La forma literaria como acceso al conocimiento ha sido institucionalizada por la práctica filosófica que ha transcurrido desde Aristóteles hasta el día de hoy en la cultura occidental.
En síntesis, me atrevo a decir que este proceso, el literario, se explica por la cerrazón a los medios desestructurados de acceso a la sabiduría, y a la absolutización cada vez más notable de la racionalidad (o de los procesos lógicos) como medio único de comunicar la experiencia. Entre menos estructurado, menos científico es el método, y menos verdad, para quien lo valida. ¿Me explico?
Dicen los expertos que “no (necesariamente) hay desarrollo continuo entre sabiduría y filosofía”[4]. Puede haber un período más rico en sabiduría sin tanta filosofía. Igual que un ser humano puede ser sabio sin ser filósofo.
El humano de antigüedad parece más abierto a la sabiduría cuando no acude únicamente al proceso racional. Por lo menos la sabiduría a la que aspira Platón, al poner la primera piedra de la filosofía moderna, consistía en tener más líneas de acceso a la sabiduría. Y no seguía el rigor estructural que la filosofía moderna nos exige hoy. Para Platón, es de mayor sabiduría aquel con una actitud abierta a tantas formas de acceso como experiencias vividas. Apertura a la sabiduría infinita, apertura a infinidad de experiencias.
La filosofía que conocemos tiene un momento importante en la experiencia que reta al griego antiguo, y que se siente con mayor aplomo al confrontarlo con sus concepciones acerca de sus dioses. Hasta entonces, las contradicciones de la vida se resolvían a través del mito que se convierte en tradición. Cuando uno cuenta un mito para explicar cualquier cosa, la persona que escucha es solamente eso: un espectador. Debe creer el relato. Y el relato cambia muy poco por la intervención de quien lo escucha. Puede cambiar en boca de quien lo relata, pero no es una cuestión de diálogo. La persona que proporciona la información debe tener cierto nivel de credibilidad ante quien escucha. Y podemos pensar que esta credibilidad o autoridad moral, era concedida a por los conciudadanos a sus conciudadanos, por razones que podemos adivinar. Por las mismas razones que alguien consigue validez en nuestra sociedad actual.
Después, el diálogo entre los hombres, cuestiona las explicaciones que hasta entonces se creían. Platón escribe los diálogos, porque creía que este modo nuevo, superaba el relato del mito para acceder a la realidad. Y Sócrates fue campeón del diálogo. Enfrentaba a la gente de su tiempo cuestionando los mitos que daban por explicación. Esto forzaba a los dos dialogantes a buscar una nueva respuesta. Algo más lógico, alguna explicación convincente. Pero Platón, a la hora de pasar por escrito estas experiencias de diálogo, lo hace con otra forma. El libro de cierta manera es una exposición, y no un diálogo.
En el tercer momento, el retórico, se vuelve a prescindir del interlocutor. Es necesario sólo como alguien quien escucha. El discurso, cuando se dialoga, tiene capacidad de ser transformado, como es propio en cualquier tradición oral. El discurso no se casa de manera permanente con su forma, como sucede cuando se escribe. Al escribir el discurso, y entrar en la cuarta etapa del análisis histórico al que me refiero, la forma exige otros niveles de comprobación, un tejido más sólido y cerrado de justificaciones lógicas, una pared impenetrable de argumentos que prueban lo que dicen, que aspiran a dar respuesta, que resuelva siempre a los enigmas. Y que queden por escrito, alterables sólo con el largo pasar del tiempo.
En corto: “saber se puede de muchas maneras: por observación aislada, por intuición, por inspiración poética, por esa iluminación repentina de la mente que capta algo de modo deslumbrador.”[5] Sabemos que la sabiduría puede ser (es, históricamente) accesada por el símbolo, la edad, la experiencia, lo oculto, la mística, la contemplación, la locura, el enigma que se mantiene enigma, por las respuestas que uno se da, y por supuesto: por la contradicción.
La contradicción fue, en el nacimiento de la Filosofía, considerada como importante para la sabiduría. Por eso Aristóteles quiere negarla. Ari se le opuso y triunfó. Se construyó una filosofía de dos mil años sobre el supuesto de la no contradicción. Todo lo dicho por la Filosofía hasta la fecha forzosamente considera verdadero ese supuesto. Digamos que es el cimiento de una torre alta, cuyos últimos pisos ya no se sostienen, y la gente se pregunta si se derrumbará. Le echan la culpa a los materiales, a los albañiles, a los arquitectos, al tiempo. Yo no sostengo que la base sobre la que se construyó la Filosofía Racional es falsa. Pero sí que es insuficiente. La Filosofía se dedicó únicamente a aquellas cosas que les quedara el saco lógico y racional. A esas cosas las hizo ciencia. Y no tiene nada de malo, pero, no toda experiencia humana puede cientificarse. Y a esas cosas las tenemos en el olvido. Habrá que construir un edificio con la base que no es la que se cimentó hace dos mil años por Aristóteles. El otro edificio lleva cierto avance. Otras líneas de pensamiento humano se han dedicado a ello.
Lo poco de lógica
El principio de no contradicción dice así: “es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc.”[6]
Dice Aristóteles sobre este principio: que todo error sobre el principio es imposible. Que se necesita para conocer lo que quiera que sea, que es para abordar toda clase de estudios, y que es el más cierto de todos los principios. Y nosotros le creímos. De entrada me parece que el error jamás es imposible. Pero esto no es solamente lo que quisiera enunciar.
Dice Ari que es imposible que alguien pueda concebir que una cosa exista y no exista al mismo tiempo.
Aristóteles defiende este principio con procesos lógicos. Dice que si lo negamos, en realidad lo afirmamos.
Entonces el principio, se afirma también negándolo.
Se puede decir que es y no es a la vez. Es afirmado y no afirmado a la misma vez.
Si negamos el principio, podríamos enunciarlo así:
“Es posible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc.”
Si es posible esta frase, entonces el principio de no contradicción es falso.
Recuerda, al negar el principio, tiene la posibilidad de ser falso y no serlo a la misma vez... Posibilidad es la palabra clave. Según yo, el puro sentido común tuyo, te obligaría a estar de acuerdo con la contradicción del principio de no contradicción. Porque todo es posible. Y así como es posible que el mismo atributo le pertenezca y no le pertenezca a un sujeto, sigue siendo posible que no pueda pertenecer y no pertenecer.
Negar al principio no excluye la posibilidad de verdad en lo que afirma.
Y esto, en realidad, tumba a Aristóteles y a cualquier filosofía que construya sobre argumentos lógicos.
Todo enunciado sobre cualquier sujeto, supone que lo opuesto no puede ser y solamente así consigue avanzar, para comprobar lo que comprueba.
Por ejemplo, el enunciado “estoy feliz” bajo la suposición del principio de no contradicción supone que no puedo estar triste a la vez. No puedo estar feliz y no estar feliz a la misma vez. Y de allí todas las suposiciones se crecen. Si la felicidad se tiene en ese momento, no se puede no tenerla a la misma vez. Al tenerla no se puede anhelar, porque se tiene.
Entonces no se puede anhelar la felicidad si se está feliz.
Pero si se es posible que se esté feliz y no a la vez. Uno puede estar feliz y seguir anhelando la felicidad, como lo siento, o lo sé, y lo experimento en la experiencia de vivir.
Claro que mis propios argumentos hacen uso de la lógica (y por escrito para acabarla de amolar) y por lo tanto pueden ser tumbados por el mismo principio que quiere abrazar. No se comprueba nada. Ese mismo enunciado puede ser o no ser verdad, y puede ser y no ser verdad a la misma vez. Aparte de que hay consideraciones idiomáticas sobre el significado de la felicidad, etc.
La incertidumbre me parece una actitud necesaria del filósofo ante las cosas. Decir que por lo menos es posible que el mismo atributo permanezca y no permanezca al mismo sujeto, en un tiempo y bajo la misma relación, me parece necesario para quien hace filosofía. Esa posibilidad, esa apertura, es crucial. Este argumento lo haré en la última sección del trabajo con un diálogo del libro ese de Umberto Eco: “El nombre de la rosa.”
Seguimos con la crítica lógica, que en verdad es la menos importante, porque trata de constructos de lenguaje y es menos aplicable a la realidad que vivimos. E incluso, (perdón, tuve que hacer esta acción gramatical de iniciar una frase con “e incluso” pero muy bien me la pude haber ahorrado porque lo que quiero decir es que a) Pedro Reyes dice que Aristóteles no le interesaba comprobar el principio de no contradicción en el plano lógico sino en el plano real, aplicable. Pero, bueno. Hay dos ejemplos que se me ocurren en el plano lógico para seguir contradiciendo a Aristóteles y para invalidar la lógica misma que yo estoy usando.
El primero dice: “Este enunciado es falso”. Si lo calificamos falso, entonces es verdadero y como afirma que es falso, es falso y verdadero.
Si lo calificamos verdadero, entonces es falso, porque eso dice. Es y no es. Y más importante, es una trampa lógica.
El segundo ejemplo dice así: si una palabra se define a sí misma se le llama “autológica”. Un ejemplo puede ser la palabra “corta”. Esa palabra es corta. Otra palabra es “polisilábica”, es polisilábica. Ambas son autológicas.
Las palabras que no se describen a si mismas se llaman “heterológicas”. Un ejemplo es la palabra “redonda”: No es redonda esa palabra. La pregunta está en que si la palabra heterológica es, o no, heterológica. Si no es, entonces es y si es, entonces no es.
La poca de experiencia
Ya sé que es ridículo el juego ese de palabras. Pero es indicativo. Decir lo que se dice puede ser incompatible con lo que se piensa, con lo que se experimenta, y con lo que se quiere decir. (Dejemos a un lado la incompatibilidad con lo que ES). La incompatibilidad se da por el simple hecho de que lo que se dice no es la cosa misma que se dice. La palabra silla es eso, la palabra silla. La palabra silla no es una silla. Nos hemos puesto de acuerdo quienes hablamos castellano, que decir silla es querer compartirle al otro o a los otros esta experiencia de un objeto que reúne ciertos requisitos mínimos. Aún así, silla no hace pensar lo mismo a un indio de Chiapas que vive en una comunidad en la cual no se sientan regularmente en sillas, sino en taburetes o en tablones, que a un joven de la clase alta de Mexicali que siempre se ha sentado en sillas y casi nada más que en sillas o en sillones, en bancas, carros y escritorios. Decir, pues, no es eso de lo que se está hablando, es solamente la palabra.
El principio mismo que estamos combatiendo se llama de contradicción o de no contradicción. El caso es que hace alusión al “contra decir”. Decir. Dicción. Está hablando de lo inválido del decir cierto tipo de enunciados. Al decir que algo es y no es, por así decirlo, es un atentado contra la dicción. Contra el lenguaje, que es herramienta para comunicarnos. El sistema de reglas de nuestro sistema para la comunicación oral no puede con los contrarios. Pero, ¿podrá la vida con ellos? ¿Será el ser humano capaz de tener la experiencia de amar y no amar en el mismo tiempo y bajo la misma circunstancia? ¿Será que yo malinterpreto mi propia experiencia de que la mejor manera de atenderme es no atendiéndome, sino atendiendo a otros? Aquello del que pierde su vida la gana y viceversa, ¿qué onda? Decir contradicciones es inválido, pero ¿es inválido vivirlas? En otras palabras ¿las vivimos, o no? ¿Son reales, o no? Si podemos decir, por lo menos que son posibles, ya esteee.... ¿cómo se dice?, ahh sí. Ya fregamos.
La artillería pesada, o sea, Xavier Zubiri, dice: “Toda filosofía tiene a su base, como supuesto suyo, una cierta experiencia... Pero que toda filosofía parta de una experiencia no significa que esté encerrada en ella... La filosofía puede contradecir y anular la experiencia que le sirve de base, inclusive desentenderse de ella y hasta anticipar formas nuevas de experiencia... Se extiende esa forma de experiencia que constituye el mundo, la época y el tiempo en que se vive.”[7]
Te eché todas las citas de una vez. Como al niño la medicina. Una, dos, tres. Estos enunciados van a decir dos cosas: Una, que ya no me siento tan mal al acudir a mi experiencia personal y enunciarla en este trabajo. Dos, que creo estar hablando por otros al resaltar la contradicción o paradoja como rescatable y anticipativa de nuevas experiencias.
He tratado de sorprenderme mientras pienso, para ver si pienso en palabras. Sería importante saberlo. Tal vez un lingüista me podría ayudar con eso. Si el lenguaje es el único decodificador, incluso para explicarnos a, y para sistematizar para nosotros mismos lo que vivimos, puede que el principio de no contradicción sea más compatible con la experiencia de lo que yo creo. Estoy embrollado con la angustia propia de la incompatibilidad entre las palabras y la vida misma. Todo me parece inexpresable. Y aún así, las palabras son una parte hermosa de la vida. Todo esto no le quita ni le pone al hecho de que yo, en ocasiones, me veo en la necesidad de arrancarme el corazón para sentirlo en el pecho, de vaciarme para sentirme lleno. Tengo la certeza de que mi fragilidad es mi fuerza (es fragilidad y no es). Hay cosas que dicen nada pero dicen todo.
Te presento esta observación. Es un ejemplo, pero hay varias situaciones que aplican. Hablaré de mi concepción de mesura y desmesura. Parecen contrarios. Si dibujáramos una línea recta, pondríamos cada palabra en un extremo. Parece que una palabra invita a un lado y la otra al otro. Parecen ser contrarios que, (cuando me encuentro en una situación en la cual debo optar entre hablarle plácidamente a un niño que me hizo enojar o darle un moquetazo) cada opción jala igual de fuerte para el lado contrario sobre esa línea que se tensa. Y lo que hay en medio como opción, puede ser una infinidad de reacciones (regañarlo, sangolotearlo, callar, decirle en susurro, etc.). Así que tenemos una línea que representa la infinidad de posibilidades, tensa, tensísima, con la mesura en un extremo y la desmesura en el otro. Lejanas entre sí. Y esa imagen no me sirve si es así. Porque al momento de vivir la situación, parece estar la reacción del moquetazo a un pelo de rana de distancia de la reacción del cariño. El mejor diagrama sería un círculo en donde la mesura y la desmesura son casi el mismo punto y el resto del círculo es la infinidad de reacciones intermedias. Para un lado las de menos desmesura creciendo más y viceversa para el otro lado. Los contrarios se soban de tan cerca, y en cualquier momento me brinco de un extremo al otro. Lo malo de representarlo en un círculo, es que pareciera que la línea no mantiene tensión. Habrá que preguntarle a un físico matemático si la línea de un círculo tiene tensión. Pero sirve el ejemplo para mostrar que los contrarios no están en los extremos sino juntitos. Y a veces, tan juntitos, que son los dos a la vez, en mi experiencia.
¿Será verdad que la vida se nos presenta por su propia fuerza o que la construimos nosotros con nuestros esfuerzos? ¿Qué tal si, como decía Forrest Gump, son las dos? Que las dos ocurran a la misma vez. Y tal vez, lleguemos a la conclusión de San Ignacio de Loyola que decía “Haz como si todo depende de ti, confía como si todo depende de Dios.” Es verdad que hacer y confiar son diferentes “consideraciones”, pero es hacia todo. ¿Puedes en un mismo momento y para el mismo asunto hacer todo tú y confiarle todo a otro? ¿Qué acción se emprende impulsada por tácticas tan contradictorias? Mi conclusión es que sí se puede, incluso a veces lo hacemos.
Pero quizá el argumento más fuerte, desde mi percepción, para proponer la contradicción de este principio es aquella experiencia a la que aludí hacia el principio de este texto. En mi experiencia personal, hay cosas que creo percibir como dos opuestos a la vez. No es toda mi percepción. Pero cuando analizo esas cosas, intuyo una cierta libertad interior, de tal modo que quisiera percibir todo así.
Cuando le doy el mismo valor a dos situaciones, me siento libre frente a ellas, como si la realidad no me atara a preferir una sobre otra y esto, hace mi elección más libre. Casi casi en comunicación con otro esquema de valores que me descentraliza de mí mismo. No sé como describirlo. Pero es una manera de no juzgar o por lo menos de no prejuzgar. Y quizá no lo logre todo el tiempo, pero por lo menos lo intuyo en ocasiones, mientras en otras lo deseo sin lograr esa actitud.
Si no fuera porque dos cosas me parecen la misma cosa, terminaría siendo esclavo de mis percepciones, de mis juicios, de mi pasado, de mis acciones, de mis ideas. En el momento que puedo decir: Es igual, o es exactamente lo mismo aspirar a la riqueza que no aspirar a la riqueza (económica), y coloco estas dos posibilidades juntas, de manera que me pido elegir a una de ellas como camino, como objetivo en la vida… Entre menos apego siento hacia una o la otra, más libre será mi elección. Si no pudiera distinguir entre ellas, quizá mis acciones, al no estar buscando un resultado serían verdaderamente libres. Pero si elijo una sobre la otra, con el tiempo, terminaré siendo esclavo, incluso del “no buscar la riqueza”. Cualquier cosa que se convierta en el fin mismo es capaz de esclavizarme.
La poca de actitud
Empiezo con un diálogo entre Adso y Guillermo de Baskerville, narrado en la voz de Adso. Lo tomé del “Nombre de la rosa” de Umberto Eco.
―Pero entonces ―me atreví a comentar―, aún estáis lejos de la solución...
―Estoy muy cerca, pero no sé de cuál.
―¿O sea que no tenéis una única respuesta para vuestras preguntas?
―Si las tuviera, Adso, enseñaría teología en Paris.
―¿En Paris siempre tienen la respuesta verdadera?
―Nunca, pero están muy seguros de sus errores.
―¿Y vos? ―dije con infantil impertinencia―. ¿Nunca cometéis errores?
―A menudo ―respondió―. Pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en esclavo de ninguno.
Me pareció que Guillermo no tenía el menor interés en la verdad, que no es otra cosa que la adecuación entre las cosas y el intelecto. Él, en cambio, se divertía imaginando la mayor cantidad posible de posibilidades.
Confieso que en aquel momento desesperé de mi maestro y me sorprendí pensando: “Menos mal que llegó la inquisición”.[8]
La disposición de Guillermo me parece propia del filósofo. Y no empezar, desde antes de aproximarnos a las cosas, pensando que podrán ser una cosa pero que, cualquiera que sea, necesariamente cierra la puerta a la contraria. Esto no me parece actitud propia de un filósofo. En ningún momento digo que todas las cosas son y no son a la vez. Nomás digo que las cosas pueden ser y no ser a la vez. Habrá que ver, y para esto hay que estar abiertos, incluso a la racionalidad y a la irracionalidad.
El mundo en que vivimos es consecuencia del desarrollo que se ha dado por nuestro actuar histórico. Como humanidad hemos optado por favorecer, al grado de absolutizar, los procesos lógicos. Tal vez por esto, otras culturas que no son de la dominante, han tenido otra evolución. Tal vez por eso las herramientas por excelencia para la cultura dominante son aquellas que reproducen o imitan nuestros procesos lógicos y mandan a un segundo nivel a todas las demás herramientas. La computadora y la tecnología de las comunicaciones tienden a imitar nuestros procesos lógicos, y no nuestros procesos afectivos, para resolver los problemas. Me parece que el paso que da Aristóteles al proponer este principio es determinante para construir el camino de sobrevaloración del aspecto lógico-racional. El Principio de No Contradicción es un enunciado puramente lógico. Construido en base al idioma y sus reglas y no necesariamente a la experiencia misma.
Pienso que un principio que nos aleja de una disposición básica de extrañeza y que nos dirige hacia una relación de familiaridad con las cosas es peligroso. Creo que este principio oculta más que desenmascara. Como la inquisición para Atso, ya viene con la verdad empaquetada. Y aunque me puse serio aquí en el final: me despido con una sonrisa.
Notas
[1] Aristóteles, Obras Selectas, Edimat Libros, España 2001. Pg. 86
[2] idem. Pg. 86
[3] Colli, G., El nacimiento de la filosofía, Tusquets editores, Barcelona 1983 (3a Ed.)
[4] idem. Pg. 12
[5] Zambrano, María, Notas de un método, Mondadori, Madrid 1989, pp. 103-106.
[6] Aristóteles, Metafísica, Libro IV, capítulo 3
[7] Zubiri, X., Sócrates y la sabiduría griega en Naturaleza, Historia, Dios. Ed Nacional, Madrid 1978. (7a ed.) pp 151-152
[8] Eco, U., El nombre de la rosa. Ed. Lumen, Barcelona 1998. (3a ed.) p. 374
