Conceptos, percepción y realidad
El efecto de la cognición en nuestras percepciones primarias
C.A. Postlethwaite

La teoría decide lo que podemos observar.
Albert Einstein
La filosofía disuelve la realidad.
Jorge Luis Borges
Al parecer, lo que vemos es lo que está. El contacto primario con nuestro entorno se entiende como una relación directa, inafectada por los pensamientos o por los conocimientos que poseemos. Así, nuestras experiencias perceptuales básicas ―los estímulos más directos e inmediatos de los que estamos conscientes― parecen independientes de nuestro marco conceptual y de nuestra capacidad intelectiva. (Pylyshyn, 1999).
Por ejemplo, la impresión visual primaria que resulta de mirar cierto arbusto, digamos, debe ser parecida entre seres con sistemas visuales similares. Esto es, la imagen que ve, en el sentido más básico, Sor Juana Inés de la Cruz, un niño cualquiera, y mi perro (el Duque) debería ser parecida, cuando miran el mismo objeto.
Esto no implica que las ideas que florecen a partir de cierta impresión visual sean las mismas. Las ideas que resultan son, por supuesto, distintas dependiendo de la persona o el animal. Pareciera que las ideas son cosa aparte del registro visual. El tema es que, si la imagen primaria que se forma depende enteramente del aparato visual, entonces la imagen del mismo arbusto debe ser semejante entre aparatos semejantes.
El texto a seguir fija la atención en nuestras percepciones[1] más primarias, nuestros registros más inmediatos de la realidad: los colores, las formas, las distancias, los sonidos, la temperatura, etc. Resulta natural pensar que la percepción inmediata que tiene mi perro será más o menos la misma que la de mi gato y que la mía cuando todos miramos un mismo cuervo. Dicho vulgarmente, la imagen que se dibuja en el aparato visual de mis mascotas, es más o menos la misma imagen que se dibuja en mi aparato visual. Siempre y cuando nuestros aparatos visuales tengan una estructura y un proceso similar.
Se espera, pues, que la experiencia visual básica sea igual, o muy parecida, entre organismos parecidos. Queda claro que no hablo de las experiencias cognitivas que la imagen desata, por más inmediata que sea dicha reacción. El proceso cognitivo mío de identificar rápidamente al cuervo como ‘hermoso’, o la reacción del Duque ¿instintiva? de ladrarle, o la reacción de la Kitty ¿instantánea? de pegar la barriga al suelo y aproximarse sigilosamente, son resultados distintos, desatados por, al parecer, una experiencia perceptual similar entre individuos. Pero, ¿será una imagen primaria semejante la que provoca tan distintos comportamientos? ¿O se percibirá, de entrada, como algo diferente?
Antes de proceder, aclaro algo acerca de experiencias visuales primarias y no-primarias.[2] Es evidente que las experiencias visuales no-primarias son afectadas por procesos cognitivos. Por ejemplo: si de antemano creo que Farabundo es malhumorado, puede que lo perciba como enojado en cuanto lo mire apretar los labios y fruncir el ceño. Esta es una experiencia perceptual no-primaria, pues consiste claramente en una interpretación entre otras disponibles, y resulta fácil deshacerme de dicha percepción. Por ejemplo: manipulando mi prejuicio cognitivo de que Farabundo es malhumorado, tengo otra percepción a mi alcance. Otra persona sin mi prejuicio cognitivo podría percibir que Farabundo se concentra al apretar los labios y fruncir el ceño. Ésta también es una percepción no-primaria: una evidente interpretación que podemos cambiar con cierta facilidad. Las percepciones no-primarias son claramente interpretaciones y más fácilmente cambiables. Dependen de una evidente manipulación e imposición de mis creencias sobre el objeto de mi percepción. Prácticamente existe un consenso en la filosofía de la percepción y en las ciencias cognitivas de que los procesos cognitivos intervienen en la percepción no-primaria. Las percepciones primarias, por otro lado, tienen la característica de no poder ser fácilmente cambiadas. ¿Cómo dejar de ver un cuadro como un cuadro? No tan fácil como dejar de ver a Farabundo como enojado.
Como ya mencioné: nos parece que las distintas reacciones, secundarias, ocurren después del mero registro visual. Aparentemente, la imagen primaria del cuervo sería aproximadamente la misma para mí que para el gato y el perro, dada las semejanzas entre nuestros sistemas ópticos. Si las imágenes primarias nos parecieran distintas, se deberá a una diferencia estructural o procesual en nuestros aparatos visuales, y no a la diferencia entre los conceptos o ideas que poseemos. Para contrastar, diríamos que, es debido a su extraño aparato visual, que una mosca obtiene una impresión muy distinta cuando mira al cuervo. La diferencia, según parece, no se debe a los conceptos e ideas de la mosca, sino a la diferencia de su sistema visual.
La estrategia explicativa que he desarrollado hasta ahora concluye que, gracias a nuestros sistemas sensoriales, estamos capacitados para palpar de manera directa lo que existe en la realidad. Si en el mundo existen formas, texturas, y dimensiones, entonces detectamos formas (sean curvas o planas), texturas (sean suaves o ríspidas) y dimensiones (sean espaciales o temporales). Siempre que poseamos el sistema perceptivo adecuado. Si en el mundo existe la agitación molecular, experimentamos ―por medio de nuestra capacidad perceptual― frío, o calor (dependiendo del grado de agitación molecular en el objeto). Si existen cuervos, cuervos vemos, cuervos escuchamos; si existen nubes, nubes vemos; etc. Esta explicación se considera la posición natural, o por default, y afirma, pues, que mi experiencia perceptual primaria no está determinada por la sofisticación de mis pensamientos o creencias. Así, los contenidos cognitivos de mi mente y mi capacidad cognitiva no deberían afectar a mis percepciones primarias. Cuando la experiencia perceptual es exitosa, lo que percibo representa adecuadamente lo que existe en realidad. Mi sistema cognitivo toma esos registros como materia prima y los puede llevar a la sofisticación o a la superficialidad que sea. La postura natural, entonces, dice que: imagen visual directa primero; ideas, conceptos, reacciones después.
En este texto pretendo destacar algunas características sutiles de nuestra capacidad perceptual que contradicen la posición aparente presentada en los párrafos anteriores. En particular, hablaré de nuestra capacidad de percepción visual primaria y de cómo esta capacidad sí resulta afectada por los conceptos que poseemos.
Propongo que nuestro marco conceptual interfiere incluso en nuestras percepciones más básicas, directas, primarias, e inmediatas. Esta posición va contra la idea por default de que nuestra experiencia perceptual resulta de una relación directa entre el aparato visual y los objetos del mundo. La posición que propongo coincide parcialmente con la de Susanna Siegel, filósofa del a Universidad de Harvard, quien acierta que nuestros estados cognitivos intervienen en nuestro contacto primario con la realidad. (Raftopoulos y Zeimbekis, 2015, p. 6). Trataré de mostrar esto con unos ejercicios en la primera sección.
Después, en una sección breve, mencionaré una particularidad de nuestro pensamiento actual que creo obstaculiza nuestro acceso a la realidad. A saber: nuestra incapacidad por permitir contradicciones verídicas en nuestro marco conceptual. Por último, en otra sección breve, propondré una especulación acerca de un marco conceptual que, de ser capaces de poseerlo, promete una experiencia inaudita de la realidad.
1 Ver es interpretar
Sugiero que existen percepciones inmediatas que serían imposibles para nosotros si no poseyéramos los conceptos apropiados. De tener razón, entonces los procesos cognitivos afectan nuestras experiencias más básicas. Lo que implicaría que nuestras percepciones primarias no nos ponen en contacto directo con los objetos de la realidad, sino que nuestra experiencia perceptual inmediata resulta de las ideas o conceptos que poseemos.
Esto pudiera llevarnos a pensar que el mundo que percibimos no es el mundo real y que, manipulando nuestros conceptos (pensando, creyendo de manera distinta; poseyendo conceptos distintos), pudiéramos directamente percibir aspectos más acertados (o más equivocados) de la realidad.
Para mostrar que nuestro marco conceptual interfiere con nuestras percepciones primarias, propongo tres ejercicios.
Ejercicio uno. Imagina un triángulo equilátero (Ilustración 1[3]). Por el momento, identifica cada esquina con una letra distinta: A, B y C. Podemos tener la experiencia de que la esquina B del triángulo es la punta, mientras la línea AC es su base. Pero también podemos percibir el triángulo con la esquina A como su punta y la línea BC como su base. Similarmente, podemos establecer en nuestra mente la línea AB como la base y la esquina C como la punta.

Ilustración 1
La experiencia perceptual del triángulo con la esquina B como su punta es notablemente distinta a la de ver al triángulo con la esquina A como su punta. Borremos ahora las letras y hagamos de nuevo el ejercicio. Imagina el mismo triángulo. Luego cambia la posición de su punta. Es factible que mi capacidad de cambiar entre una percepción y otra dependa de la familiaridad con ciertos conceptos y de su manipulación. Esto es, parece que puedo imponer o aplicar el concepto ‘punta’ de distintas formas en la imagen.
Puedo ubicar el concepto ‘punta’ en la esquina A, y esto brinda una experiencia diferente de ubicar el concepto ‘punta’ en la esquina C. Sin embargo, resulta plausible que el Duque (mi perro) no tenga manera de cambiar su experiencia visual de este triángulo. Es probable que el Duque sea incapaz de identificar las esquinas como ‘puntas’. Quizá el animal no experimenta nunca un triángulo frente a sus ojos, mucho menos como una figura ‘teniendo punta y base’. Aunque la verdad es que difícilmente sabremos cómo es que percibe un organismo ajeno a nosotros. (Nagel, 1974).
Como sea, concedamos la posibilidad de que, por no tener conceptos (debido a su situación cognitiva), el Duque no es capaz de alternar entre percepciones de un triángulo. Pero, ojo, no es necesario afirmar nada sobre la experiencia del Duque para avanzar la idea que propongo. No es necesario porque puedo aseverar, sin especular, que yo no tengo acceso inmediato a la experiencia del triángulo sin punta alguna.
Veo el triángulo con la punta B hacia arriba. O lo veo con la punta en uno de sus otros lados: A, o C. Quizá me atreva a decir que veo el triángulo como si tuviera tres puntas al mismo tiempo. Pero el triángulo no se presenta ‘sin puntas’ para mí. Por lo menos no en primera instancia. Algunos dirán que sí pueden percibir el triángulo sin punta.
Parece que dicha experiencia (la del triángulo ‘sin que ninguna esquina sea su punta’) depende de mi capacidad de tener el concepto: ‘triángulo sin punta’ en mi mente, y de imponer dicho concepto a la imagen, quizá enfocando fijamente mi mirada en cierto lugar de la ilustración. De ser así, esto probaría lo que propongo: que ver el triángulo ‘sin punta’, está por el momento, fuera de mis capacidades al menos que yo posea cierto concepto. De tener dicho concepto, lo impondría a la imagen, y así obtendría una experiencia distinta del triángulo (una en la que no tiene punta alguna).
Vale la pena volver a la Ilustración 1 y tratar de obtener dicha experiencia. La pregunta clave es si nuestra capacidad intelectiva ayuda o disuade en brindarnos la experiencia primaria; o si, al contrario, mi posesión de conceptos no afecta a mi experiencia primaria. ¿Hay manera de ver el triángulo sin concepto alguno?
Por cierto, creo importante identificar la diferencia entre la experiencia que tenemos de un objeto y la realidad de dicho objeto. Puedo decir que el triángulo es una figura que en realidad tiene tres puntas, aun cuando mi experiencia es que el triángulo tiene una sola. Así como puedo decir que las líneas aquí abajo (Ilustración 2[4]) miden lo mismo en realidad, aunque yo tenga la experiencia visual de que una línea es más larga que la otra. En la Ilustración 2 resulta prácticamente imposible ver las líneas ‘como si midieran lo mismo’, a pesar de que miden lo mismo. En este ejemplo, no hay manera de cambiar nuestra experiencia perceptual para que concuerde con lo que consideramos ser la verdad acerca de la realidad.

Ilustración 2
Una posible explicación de por qué no veo fácilmente el triángulo ‘sin puntas’, es que poseo ciertos conceptos familiares, quizá sin estar consciente de ellos. Estos conceptos ‘inconscientes’, o ‘tácitos’, o ‘implícitos’ están arraigados en mí y no los puedo desechar con facilidad. Entre más arraigado el concepto, más obligado estoy a ver las cosas como si tuvieran cierto aspecto (un aspecto que no tiene por qué concordar con la realidad necesariamente, sino con mis ideas previas). Dicho de otra forma: quizá el triángulo no tiene puntas en realidad, sino que yo le impongo ese aspecto al triángulo. Adelante ofrezco otros ejercicios en donde la idea quedará más clara. Por ahora, la experiencia de cambiar de ‘punta’ es suficiente para vislumbrar el rumbo de mi argumento.
Resulta sensato pensar que si el Duque no puede cambiar su experiencia visual del triángulo, será por no poder ejecutar cierta operación cognitiva (la de poseer ciertos conceptos e imponerlos en la imagen). Y no resulta descabellado pensar que mi posesión del concepto ‘punta’ ―o mi capacidad de poseer dicho concepto― afecta mi experiencia visual más básica de la imagen en cuestión; aunque yo posea el concepto implícitamente, sin estar consciente de que lo poseo.
Quizá estos conceptos tácitos se contagian socialmente, quizá resultan impuestos por la estructura biológica de un cerebro funcional. De cualquier forma, la familiaridad con un concepto es propia del sistema cognitivo, no del sistema visual. Según la posición por default, los conceptos deberían ser independientes de las facultades básicas de mi sistema visual. Pero ya estamos viendo que tal vez no es así.
Con este primer ejercicio entendemos que es posible que la impresión más básica del triángulo sea afectada por facultades propias del sistema cognitivo. Si los conceptos poseídos (o la capacidad de poseerlos) me llevan a cambiar de experiencia, o si me impiden ver un triángulo ‘sin punta’, entonces mi percepción básica depende de mis procesos cognitivos. De ser así, mis experiencias perceptuales no son solamente resultado de la estructura de mi sistema visual. La postura de que los estados cognitivos intervienen en la percepción es conocida como la ‘penetrabilidad cognitiva en la percepción’. Esta tesis ha tomado fuerza en los últimos años, aunque hay discusiones acerca de sí intervienen en las etapas tempranas de la visión. (Raftopoulos y Zeimbekis, 2015).
El problema con las percepciones básicas, o primarias, es que no parecen estar sujetas a interpretaciones. Ver el triángulo como lo veo parece un estímulo directo del que no me puedo desembarazar (en contraste: recuerden que sí puedo desembarazarme de mi prejuicio de Farabundo). Estoy forzado a ver el cuervo, y el triángulo, y el arbusto tal como los veo.[5] Parezco obligado a tener ciertas experiencias del mundo. Habríamos de identificar las percepciones que, al parecer, no tenemos la opción de cambiar. ¿Cuáles estímulos directos, qué experiencias perceptuales parecen impuestas, forzadas, necesarias en mí? Ésas serán mis experiencias perceptuales básicas o primarias. Quizá resultan directamente de mi relación con el mundo. Pero quizá son resultado de conceptos fuertemente arraigados en mí. Ya empezamos a vislumbrar que tal vez hasta las percepciones más básicas son realmente interpretaciones. Quizá impongo mis conceptos a todo lo que percibo. Sólo que tengo conceptos más arraigados que otros. De ser así, ¿qué experiencia me espera, de poder abandonar mi concepto ‘triángulo’…, mi concepto ‘línea’…, mi concepto ‘yo’…, mi concepto ‘existe’?
Cuando no encuentro manera de cambiar mi percepción, el estímulo parece causado directamente, infaliblemente, por la realidad. Pero quizá sea posible cambiar mi experiencia radicalmente al manipular los conceptos, los ‘prejuicios’, que están fuertemente arraigados en mí.[6] Quizá sean los conceptos que no identifico los que me obligan a ver el mundo de la manera que lo veo.
Ejercicio dos. Ahora pido a la lectora tome tiempo de asimilar la experiencia de ver la siguiente imagen como si ésta representara la cabeza de un conejo (Ilustración 3[7]). Después, en la misma figura, hay que visualizar la cabeza de un pato. Recomiendo hacer el cambio entre pato y conejo varias veces. ¿A qué se debe el cambio? ¿Será posible encontrar otra figura en la imagen, ver la imagen de otra forma que no sea la de conejo o de pato? ¿Un ‘pato-conejo’? ¿Un ‘ni-pato ni-conejo’?

Ilustración 3
Esta ilusión óptica también parece indicar que nuestras experiencias visuales más básicas no son simplemente el registro de los objetos frente a nuestros ojos. Quizá mis conceptos intervienen incluso en mis registros más básicos, los ‘más difíciles’ de cambiar. La pregunta ahora es si existe alguna experiencia perceptual (la de mí mismo, la del espacio, la del tiempo, la de los objetos, la de la temperatura, la de las palabras, la de cierto olor) libres de influencia cognitiva.
Ejercicio tres. Por último, veamos la imagen conocida como un Necker Cube (Ilustración 4[8]).

Ilustración 4
Es posible ver el cubo de tres formas. Las primeras dos resultan fáciles. Se trata de ver en la imagen un cubo. En uno de los cubos que podemos ver, el cuadro alto y a la derecha representa la cara frontal del cubo. En el otro cubo, el cuadro más bajo y a la izquierda funge como la cara frontal del cubo. Hay que cambiar de experiencia perceptual varias veces y preguntarse: ¿a qué se debe este cambio de experiencia? ¿Detono algún concepto al cambiar de experiencia? ¿Será que alguna facultad cognitiva, intelectiva, se detona automáticamente en el mirar más simple? ¿Cómo vería la imagen si estuviera purificado de mis conceptos más arraigados? ¿Cómo la vería de tener conceptos aún más complejos de los que actualmente poseo? La tercera forma de percibir el objeto puede apuntar hacia una respuesta.
La tercera manera de ver el Necker Cube, la tercera ‘experiencia perceptual’, consiste en ver la Ilustración 4 como una figura plana. Requiere de mayor esfuerzo, pero es posible ver el Necker Cube como una especie de rombo plano. La siguiente ilustración (Ilustración 5[9]) sugiere la experiencia. La Ilustración 5 presenta parcialmente el cubo de la Ilustración 4. Le faltan cuatro de sus líneas, y la imagen ha sido girada 45 grados a la izquierda. Tendemos a ver la Ilustración 5 como una figura plana. El reto es agregar las últimas cuatro líneas, produciendo el Necker Cube original, pero conservando la experiencia de una figura plana.

Ilustración 5
Si seguimos la línea de explicación que propongo, la razón por la que no tenemos fácil acceso a la experiencia perceptual del Necker Cube como una figura plana es debido a nuestro estado cognitivo. Después de todo, no hay obstáculo físico en nuestro aparato visual que impida ver la imagen como si estuviera plana, sin embargo se nos dificulta verla ‘plana’. De hecho, diríamos que el Necker Cube es una imagen plana, que sin embargo vemos como si fuera un cubo tridimensional. Lo vemos como algo que no es. Posiblemente lo vemos como un cubo debido a una interferencia conceptual, una interferencia de nuestro sistema cognitivo en nuestro aparato visual. ¿Cómo ver el Necker Cube de otra forma? Mi respuesta apunta a que lo podríamos ver ‘plano’ si manipulamos nuestros conceptos, invitando un nuevo concepto a nuestro inventario mental, por así decirlo.[10] Dicho de otra forma: restructurar nuestro marco conceptual quizá permita experiencias a las que previamente no teníamos acceso, y que describen el objeto de manera más precisa. Los objetos que parecían imprimir ciertos aspectos obligados, ahora imprimen aspectos nuevos y más adecuados a los que no teníamos acceso.
Generalmente suponemos que, de no haber obstáculos exteriores (falta de luz, obstrucciones físicas, etc.), los objetos imprimirán su aspecto real en un aparato visual funcional. Pero los ejercicios anteriores parecen indicar que la manera primaria que percibimos depende de los conceptos que poseemos, o con los que estamos familiarizados. De ser verdad, esto implicaría que, de no poseer el concepto ‘pato’, o de no estar familiarizado con dicho concepto, no podríamos tener la experiencia de ver la cabeza del pato en la Ilustración 3. La experiencia visual estaría fuera de mi alcance, de no tener familiaridad con el concepto. Exacerbando esto, podríamos concluir que existen objetos en la realidad con cierto aspecto X. Pero que no podemos tener la experiencia de que el objeto tiene dicho aspecto X, debido a la ausencia del concepto X en nuestra mente.[11]
Lo que vemos en el mundo, entonces, no es simplemente el estímulo físico que el objeto ocasiona en la parte visual de mi sistema nervioso. Ahora nos permitimos postular que percibir, incluso el percibir más básico, es interpretar. Impongo a la realidad, conceptos implícitos o explícitos en mí. Esto equivale a afirmar que la recepción de imágenes no nos pone en contacto directo con el mundo. Si contemplamos la posibilidad de que la posesión de ciertos conceptos (o de operaciones neuronales) me permite o prohíbe tener cierta experiencia, se abre la posibilidad de que lo que actualmente percibo no es la realidad. ¿Pero qué conceptos no poseo? ¿Qué conceptos me faltan para poder ver la realidad de manera adecuada?
2 Conceptos imposibles
Resulta evidente que nuestra percepción no está impedida o facultada únicamente por nuestro marco conceptual. Hasta ahora he ignorado el hecho de que no percibimos ciertos aspectos de la realidad debido a impedimentos físicos. No tenemos nuestros aparatos perceptuales físicamente constituidos para percibir rayos infrarrojos o ultravioletas, ni para enfocar átomos o ver galaxias lejanas sin la ayuda de instrumentos especiales. No tenemos percepción alguna de ondas magnéticas. Sentimos fuerzas térmicas pero no las vemos, existen frecuencias auditivas fuera de nuestro alcance… El acceso a todos estos fenómenos del mundo y a muchos más, es impedido por nuestras delimitaciones físicas, no por nuestro marco conceptual. Hay organismos que perciben las fuerzas magnéticas y ‘experimentan’ la fuerza de los polos del planeta, por ejemplo. Otros olfatean la electricidad, o tienen visión tetracromática. ¿Te imaginas lo que experimentarías en caso de adquirir sistemas perceptivos distintos de los que tienes actualmente? Para detectar lo que está fuera de nuestro alcance físico, hemos desarrollado tecnologías diversas que nos presentan aspectos de la realidad, aunque sin experimentarlos en carne propia. Superar en carne propia las restricciones físicas no es algo imposible. Pero la evolución podría facultarnos de nuevos y extraños sistemas perceptivos en los próximos centenares de milenios. También la tecnología podría hacerlo (como lo hace ya de hecho a través de lentes infra-rojos o los microscopios y otros tantos inventos). Este tema, aunque interesante, no tiene cabida en el trabajo presente. Lo invoco sólo para que sirva de contraste a los impedimentos conceptuales que delimitan nuestras experiencias. Curiosamente, la tradición académica juzga que superar el impedimento conceptual al que me refiero es imposible. Esto implica que hay un aspecto X imposible de poseer en nuestras mentes. De ser así, aún si el aspecto X existe en la realidad, jamás seríamos capaces de percibirlo.
Creo que el mundo que experimentaríamos en caso de modificar nuestras restricciones físicas palidece en comparación a las experiencias que nos esperan en caso de cambiar cierto aspecto de nuestro marco conceptual (o de nuestras operaciones neuronales). Pero, como dije, la modificación conceptual que se me ocurre es precisamente una que la tradición filosófica y científica juzga imposible. (Horn, 2014 y Crane, 1992, p. 152). Se trata de incorporar a nuestro marco conceptual la posibilidad de contradicciones verídicas. Hasta hace poco, dos milenios de tradición filosófica acertaba que nuestro pensamiento, y la realidad misma, no toleran a las contradicciones. (Priest, 2002, p. 5). Una contradicción, técnicamente, es la afirmación de un enunciado y también de su negación. Se entiende que las contradicciones hacen referencia a un solo momento, bajo un solo significado. Ejemplos abundan: ‘me llamo y no me llamo Carlos’, ‘hay y no hay una pluma en mi escritorio’, ‘el cerco es blanco y no es blanco’, ‘existo y no existo’, etc. Los detalles técnicos de la discusión no son importantes. Pero enunciaré rápidamente algunas consideraciones importantes.
Hegel, hace más de doscientos años intentó reivindicar el papel de las contradicciones en la realidad. Pero su esfuerzo obtuvo poco eco. No es hasta hace unos 30 años que el lógico y matemático Graham Priest, emprendió una campaña sistematizada y focalizada a favor de lo que llama ‘dialetismo’, que es la postura de que existen contradicciones verídicas. La idea ha ido ganando cancha en el rubro de los sistemas lógicos formales, especialmente en el campo de las matemáticas. Las contradicciones que Priest defiende son enunciados sobre el mundo abstracto. Por ejemplo, el dialetista cree que el siguiente enunciado es verdadero y falso: ‘Este enunciado es falso’. Porque si ‘este enunciado es falso’ es verdadero, entonces es falso. Por lo tanto, es verdadero y falso. Pero si ‘este enunciado es falso’ es falso, entonces es verdadero. De nuevo, es falso y verdadero. Eso nos lleva a afirmar como verídica la siguiente contradicción: ‘es cierto que este enunciado es falso y no es cierto que este enunciado es falso’.
Una razón de más peso para abogar a favor de las contradicciones es nuestra explicación de lo constituye el movimiento. Mientras algo está en movimiento, parece ocupar y no ocupar un mismo lugar en el espacio. (Priest, 2010, p. 175). Esta contradicción resulta necesaria para dar una explicación razonable del movimiento. De no poder usar esa contradicción en nuestra explicación, tendríamos que decir que un objeto en movimiento está solamente en el lugar que está en cada momento de su viaje. Pero si está solamente en un lugar en cada momento, ¿cómo llega al siguiente lugar? El tema es un asunto muy pesado y mucha tinta se ha derramado tratando de arreglarlo. El fallo siempre tiende hacia el sentido común: no es posible que un objeto esté y no esté en cierto lugar en un mismo momento. Pero lo dejaré allí.
Ahora, para no ser juzgado de loco, nombraré un par de motivaciones más para buscarle aceptación a las contradicciones dentro de nuestro marco conceptual. Primero, ciertas interpretaciones de la física cuántica aceptan que una partícula subatómica está y no está en un determinado lugar del espacio en un mismo momento. Sí hay un lugar donde aparece la partícula, pero bajo esta lectura, dicho lugar es determinado a causa de la medición, de la intervención del científico, o del aparato que mide a la partícula. Mientras no se mida, mientras no se observa la localización de la partícula, parece estar en varios lugares a la vez. Se dice que, bajo observación, la partícula se ‘colapsa’ en uno de sus puntos. (Greene, 2004, p. 115-ss). Mi opinión es que, algo estructural o conceptual nos impide la experiencia de ver la partícula en varios lugares a la vez. Así que cuando la vemos la percibimos equivocadamente, como si estuviera en un solo lugar. Un análisis parecido llevó a Hugh Everett a proponer la llamada Many Worlds Interpretation, que ha inspirado a algunos cosmólogos a desarrollar la teoría del multiverso (la tesis de que nuestro universo es uno entre infinitos universos paralelos). (Greene, 2005, p. 205).
Mi última razón a favor de aceptar la posibilidad de contradicciones verídicas es sencilla. Creo que la realidad no necesita de nuestra asimilación o de nuestra comprensión para ser como es. Dicho de otra manera, la realidad no necesita de nuestro permiso para ser contradictoria. Es posible que la realidad sea de una manera que está fuera de nuestro alcance. Y está en nosotros aspirar a conocerla, aunque tengamos que superar limitantes actuales que juzgamos imposibles. Mi opinión es que es posible que el mundo sea contradictorio, y que debemos incorporar a nuestro marco conceptual la posibilidad de ‘dialetias’, de contradicciones verídicas.
Esta lectura es muy controvertida. Quizá nadie o muy pocos la aceptarán en el mundo académico. Pero la idea ahora no es argumentar a favor de esta posibilidad. Sólo quiero enunciar que, actualmente, la posición aceptada es que no hay situaciones en la realidad que serían adecuadamente descritas con una contradicción. Y no sólo eso, sino que el pensamiento académico actual, en su mayoría, afirma que es imposible creer que una contradicción es verídica. Se cree que decir ‘círculo cuadrado’ o ‘imagino lo inimaginable’, por ejemplo, son frases que no tienen posibilidad lógica, ni metafísica, ni actual; que no se pueden comprender, y son imposibles de concebir. (Gendler, T.S. y Hawthorne, J., 2011, p. 5, 147, y 309).
3 Un mundo contradictorio
Hay que recordar que algunos conceptos que poseemos hoy, no estaban disponibles en la antigüedad. Por lo tanto, si la penetrabilidad cognitiva de la percepción es verdad, algunas de nuestras experiencias actuales no estaban disponibles anteriormente. Cuando intento imaginar las experiencias perceptuales de las personas hace un par de milenios, imagino experiencias que hoy parecen fantásticas.
Algunas sociedades de antaño tenían la certeza de que no existía fuerza natural que no fuera ocasionada por lo mismo que ocasiona los movimientos en nosotros mismos. El rayo del sol, los soplidos del viento, el crecimiento de cada planta, el fluir del río… todo sucedía debido a razones que hoy llamaríamos ‘humanas’. El sol era una especie de persona, como lo era la luna y cada una de las estrellas y el mar, cada piedra, cada granito de arena. Todo objeto físico estaba permeado de voluntad, de pensamiento, de emoción. No se creía que el pasto crecía como un fenómeno automatizado, en respuesta encadenada a ciertas causas y efectos (al agua, al suelo, al sol). Todo fenómeno tenía algún grado de conciencia y de libertad. El viento que corría era una conciencia, un dios, una especie de persona poderosa que decidía soplar, o que decidía correr, tal como una persona reacciona a las cosquillas, al enojo, o a las simples ganas de correr. Para los humanos de antaño, ese correr era el soplido del viento. El viento era resultado de una acción de tipo humana, como lo era la salida del sol cada mañana (para los griegos, el sol realmente era Helios conduciendo su cuadriga de caballos por el cielo cada mañana).
La realidad de estas sociedades antiguas estaba completamente permeada de la idea de que la naturaleza tiene rasgos humanos. Su tecnología consistía en construir templos y oráculos para comunicarnos con estas fuerzas racionales y emocionales. Y esta tecnología funcionaba mejor que la de sus antepasados. No había duda que cuando Venus ocupaba cierto lugar en el cielo, llegaba el frío o el calor. Pero Venus llegaba a cierto lugar porque visitaba a un pariente, a un amante, o por condiciones parecidas a las condiciones que nos llevan a nosotros a ocupar ciertos lugares en nuestro propio entorno. Como haya sido, había seres superiores a nosotros en muchas cosas, incluso en su orden y constancia. Por eso la salida del Sol y la posición de Venus eran acontecimientos en los que uno podía confiar y predecir con exactitud.
En la antigüedad, salir de casa proveía a cualquier persona con experiencias perceptuales a las que no tenemos acceso hoy. El viento en la cara, el color de una flor, la posición del sol y de las sombras, todo estaba bajo la fuerzas de alguna voluntad o emoción. Nada estaba bajo el régimen de las leyes naturales que ahora damos por verídicas sin reparar en ello. Antes no veíamos una diferencia cualitativa entre nosotros y los objetos que hoy consideramos inanimados. Hoy, los objetos inanimados obedecen otras leyes que nuestra conciencia. Pero antes no. Antes, todo poseía inteligencia y una porción del pensamiento. (Bernabé, 2008, p. 227). Salir al mundo no era encontrarse con la realidad física, independiente, que hoy experimentamos. Salir al mundo nos proporcionaba la experiencia de estar entre otros seres superiores, pero con rasgos humanos. La temperatura, el cielo, la nube, las plantas, el sol, todo hablaba en realidad. No metafóricamente, sino que realmente. La naturaleza actuaba debido a su voluntad y emoción.
Este marco conceptual de antaño perdió fuerza y fue suplantado por nuestro entendimiento actual. Creo que ambos marcos conceptuales contribuyen en producir las experiencias humanas de quienes poseen dichas creencias. Un griego hace 3000 años veía la salida del Sol como Helios volando por el cielo; hoy cualquiera de nosotros lo ve como el efecto de la rotación del planeta.
Tengo una idea muy tenue de qué experiencias futuras nos esperan en caso de que nuestros estados cognitivos realmente afecten nuestra percepción, y de que podamos poseer conceptos contradictorios para imponerlos a la realidad. Supongo que seríamos capaces de ver las ilusiones ópticas bajo todos sus aspectos a la vez. Esto es: que podríamos experimentar el triángulo con su punta en la A al mismo tiempo que con su punta no en la A; que podríamos ver la cabeza del pato como pato y no-pato al mismo tiempo, y que podríamos ver al Necker Cube como un cubo, como otro cubo y como una figura plana a la misma vez. Poder ver las cosas así quizá nos tome otros 3000 años.
Más importante me parece la posibilidad de vernos a nosotros mismos sin vernos a nosotros mismos: poder experimentar al prójimo en mí y viceversa. Que cada quien experimente los límites de su propia persona como terminando donde termina su cuerpo, pero al mismo tiempo no terminando donde termina su propio cuerpo. La familiaridad con este nuevo marco conceptual quizá lleva a que cada quien se sienta abarcando todo el espacio, pero también ningún espacio. Mi esperanza es que esta investigación conduzca un día a experimentar en carne propia la cercanía a lo lejos; la posesión como renuncia…; y algunas otras contradicciones propias de un marco conceptual ético, o religioso, que no quiero abandonar.
Cierro con un regalo (Ilustración 6[12]). Es mi ilusión óptica favorita. ¿Qué ves, lector? ¿Siete cubos o seis? Cuéntalos. Luego ve la imagen de cabeza. ¿Seis o siete? ¿Quién da más? ¿Quién da menos? Si menos no es menos, y más no es más, ¿quién da? Si dar es recibir… ¿quién recibe?

Ilustración 6

Referencias
Bernabé, A. (Ed.). (2008). Fragmentos presocráticos: de Tales a Demócrito. España: Alianza Editorial.
Crane, T. (1992). The nonconceptual content of experience. In The Contents of Experience (pp. 136-157). Cambridge: Cambridge University Press.
Gendler, T.S. y Hawthorne, J. (2011). Conceivability and possibility. Oxford: Oxford University Press.
Greene, B. (2005). The fabric of the cosmos: Space, time and the texture of reality. New York: Vintage Books.
Horn, L. R. (2014). Contradiction. The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Edward N. Zalta (Ed.). URL = <https://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/contradiction/>.
Kant, I. (2011). Crítica a la razón pura. Madrid: Editorial Tecnos.
Nagel, T. (1974). What is it like to be a bat?. The Philosophical Review, 83(4), p.435.
Priest, G. (2010). In contradiction. Oxford: Oxford University Press.
Priest, G, (2002). Beyond the limits of thought. Oxford: Oxford University Press.
Pylyshyn, Z. (1999). Is vision continuous with cognition?. Behavioral and Brain Sciences, 22: 341-65.
Raftopoulos, A. y Zeimbekis, J. (Eds.). (2015). The Cognitive Penetrability of Perception. Oxford: Oxford University Press.
Wittgenstein, L. (1980). Remarks on the Philosophy of Psychology, Volume I. Oxford: Basil Blackwell.

Notas
[1] Hay una distinción entre sensación y percepción que estoy ignorando. Para los propósitos de este texto, una sensación que se detecte conscientemente es una percepción. No contaré como percepciones a las sensaciones que no categorizamos, o que pasan desapercibidas.
[2] La literatura las llama etapas ‘tempranas’ y ‘tardías’, pero yo usaré los términos ‘primarias’ y ‘no-primarias’, que considero más intuitivas y que ayudan la comprensión en un texto de divulgación como pretende ser éste.
[3] https://www.mathplanet.com/Oldsite/media/42437/triangle01.png
[4] http://farm6.static.flickr.com/5306/5654407108_cacbdb8b9d_m.jpg
[5] En palabras de Wittgenstein, “A concept forces itself on one. (This is what you must not forget.)” Wittgenstein, 1980, p. 170.
[6] Según Kant, nuestra experiencia nos brinda evidencia de que estamos en cambio constante: cambiamos de lugar, cambiamos de apariencia, cambiamos de pensamiento, etc. Sin embargo creemos que hay algo en nosotros que no cambia. Fijamos un ‘yo’ al centro de toda experiencia. Un ‘yo’ para el que no tengo evidencia porque la evidencia que tengo es que cambio sin parar. (Kant, 2011, p. 268). Nuestra idea de constancia es una idea que no podemos escapar, aunque toda nuestra evidencia implica lo contrario. Esta idea de que hay algo constante es inescapable e interviene en toda experiencia. Estoy de acuerdo con Kant que la evidencia demuestra que cambiamos. Pero no postulo, como Kant, que la idea de que existimos sin cambio, es necesaria en los seres humanos.
[7]http://static1.1.sqspcdn.com/static/f/278256/2188548/1227678067243/duck+rabbit+2.jpg?token=D%2BPSdfeFbLLSARPIrgQBuDYPs30%3D
[8] https://www.spreadshirt.com/image-server/v1/designs/10739321,width=178,height=178/necker-cube-reversible-figure.png
[9] Hecha por el autor en Word.
[10] Habrá filósofos y científicos cognitivos que prefieran hablar de operaciones neuronales en vez de ‘posesión’ o ‘aplicación’ de conceptos. Por ahora, me limito a hablar de estos fenómenos como ‘operaciones conceptuales’, aunque realmente no sean más que activaciones de ciertos circuitos neuronales en el cerebro.
[11] Hay investigadores que piensan que aun sin el concepto, tendríamos el reconocimiento del objeto. Pero aún esta línea de pensamiento, cierto funcionamiento neuronal debe de detonarse (aunque no equivalga a un ‘concepto’ en el ideario del sujeto).
[12] https://pages.wustl.edu/sorensen